No 1 sino 2 veces.
Llevo más de 3 meses aplazando sentarme a escribir este blog. Siempre dándole prioridad a otras cosas que, para mí eran “más importantes”, pero al final sabía que tenía miedo de enfrentarme al vacío. Luego te das cuenta que eso haces en tu día a día, que eso lo hacemos todos: vivimos en una gran incertidumbre. Habitamos el vacío, así nos queramos creer esa mentira de la estabilidad.
En el momento que escribo esto, me encuentro en el Sur de India, en unas playas hermosas en el estado de Goa. Llevo más de 25 días viviendo acá, me estoy tomando un tecito (que te cagas) delicioso, siempre me gustó más el té con limón y jengibre que el café o el chai. Además, unas galleticas que me valieron 10 rupias. El lector podría caer en el error de pensar (esa historia ya me la sé) «solo es un viajero más que se fue a India a encontrarse a sí mismo», pero no es tan así…
¿Cómo empezó todo?
Recuerdo claramente que justo después de terminar la universidad, tuve un sueño muy claro: «quiero vivir de viajar», en ese entonces tenía 22 años. Sinceramente, ¿quién no quiere vivir de viajar? Mero sabor. Sin embargo, ¿cuántos lo logran? Es más, ¿cuántos lo intentan? Pues 4 años después, era guía de montaña, socio de la agencia de eco turismo Viajando Sin Afán y mi día a día era básicamente viajar por Colombia llevando grupos de personas a zonas inexploradas. Suena lindo, ¿eh? Pues renuncié. Sí, de un momento a otro.
Llegar a ese punto no fue rápido, antes de llegar allí, mis días transcurrían en una oficina muy fancy y corporativa en Milla de Oro, Medellín. Yo trabajaba en mercadeo para una empresa, también como guía de montaña, respondía el whatsapp a los clientes de la agencia de turismo y empecé a manejar las redes sociales… y hacía 3636635497 cosas al día. Aunque, eventualmente, me dediqué de lleno a viajar y a la agencia, hasta que un día viví de viajar. ¡Lo había logrado! Y lo hice durante mucho tiempo siendo muy feliz.
¿Han escuchado del burnout? No sé si fue lo que pasó, pero mi alma me estaba pidiendo algo más. Necesitaba un gran cambio en mi vida, a pesar de tenerlo todo, me estaba perdiendo a mí mismo. 15 días después de ese sentimiento, estaba sentado en un avión rumbo a Estados Unidos. (Nota importante: me fui de viaje con 500 dólares, sí, solamente 500 dólares y viajé 6 meses por el mundo). Sin embargo, esa es una historia muy larga que será contada en otro momento.
Luego de 6 meses viajando por Estados Unidos, India y Nepal, regresé a Colombia. Una vez en mi país, volví a iniciar mi vida, volví a soñar, empecé a crear de nuevo y a buscar mi camino. 3 meses después, escalando con mis amigos en La Mojarra, Santander; me di cuenta que necesitaba un nuevo trabajo. “Quiero poder trabajar desde cualquier lugar del mundo” y a eso le agregué: “quiero trabajar menos y ganar más”. Literal, así lo dije, para mí mismo, muy claro en mi interior. 8 días después, empecé a trabajar en un agencia digital para un rol en el cuál no tenía experiencia alguna, en la entrevista me dijeron: «no te preocupes acá te enseñamos». Parce, en serio, ¿a quién le pasa eso? Siento que poder sacar el computador un día en las playas de México, otro día desde casa y luego desde alguna montaña, es un sueño que muchos hemos compartido.
Pues así se fueron yendo los días: parchando y trabajando. Aún así, al año renuncié para venir a India, sin tiquete de regreso. Vendí la moto, ahorré, pagué deudas y arranqué.
Sé lo que pueden estar pensando, porque yo también lo pensé, «este man renuncia a todo», inestabilidad, falta de compromiso. Bla, bla bla. Pero ya superé esa lucha interna. También, me di cuenta que mi alma necesitaba algo más, que estar estático me generaba y genera un sentimiento que me roe por dentro, en cambio, el movimiento se volvió un gran alimento.
Si al haber estado viviendo de viajar por Colombia o al haber estado trabajando digitalmente en la agencia, no hubiera renunciado, no estaría acá tomándome este té de jengibre en un pueblito perdido al frente de la playa. Es muy fácil abrazar la comodidad, lo tenía todo, no una vez, sino dos veces: dinero, pareja, amigos, un buen trabajo… pero mi alma necesitaba algo más. Y no quiero decir que todo el mundo tiene que renunciar al trabajo y andar a viajar por el mundo. A pesar de ello, ¿cuántos vivimos conformándonos con nuestra vida? ¿Cuántos estamos renunciando a nosotros mismos por llevar la vida que llevamos?
Solamente renuncié a esos momentos de mi vida porque así mi corazón lo quería, porque mi alma estaba inquieta y sabía que donde estaba parado en ese preciso instante no iba a tener lo que quería. ¡Qué difícil soltar! Sí, lo es. Luego te das cuenta que es sencillo, se necesita tener la mano vacía para poder recibir.
Hoy tengo un sueño rondando por la cabeza, dando vueltas, terminándose de formar: «vivir una temporada en las montañas del Himalaya». Algo sucederá y allí estaré. Porque (y sé que mis amigos se van a reír y sentir identificados con esta parte) estoy seguro que hay algo en mí que hace que todo se materialice. Será que confío profundamente en la vida y en que todo es como debe de ser… o que de verdad le meto moral y trabajo para lograr lo que quiero… un poco de ambos, quizá.
Tenerlo todo y darse cuenta
Acá estoy mencionando 2 momentos en que “lo tuve todo”; pero, realmente, siempre tenemos todo. Hoy me siento pleno, en una pequeña habitación, una hornilla para cocinar, hasta me empezó a gustar el café instantáneo que hago en la mañana. El único método para medir si lo tenemos todo, es mirando adentro y saber cómo nos sentimos con la vida que estamos llevando.
Mi nombre es Nicolás Agudelo, nací en Bogotá, pero soy paisa. Mi alma pertenece a las montañas, ríos y bosques. No soy influencer. En serio. Y ahora que conocen un poco de mí, voy a estar compartiendo esta serie de – Historias para contar de un viajero más – en el blog. Si resuenan con estas palabras y relatos, espero verlos por acá nuevamente.
Con todo el amor,
Nico el calvo.
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Encarcelado en Estados Unidos… bueno casi26 de marzo de 2024/Sin comentarios